
El frío y el calor son dos tratamientos que se usan con mucha frecuencia en las lesiones musculoesqueléticas, incluyendo la espalda y el cuello. El problema es que no siempre se tiene claro cuál es mejor usar y en qué momento. En el caso de la espalda genera incluso más dudas. Vamos a aclararlo.
El calor en la espalda y el cuello
El calor tiene varias propiedades. Por un lado, tiene la capacidad de relajar la musculatura y reducir los espasmos y las contracturas que se generan en las lesiones. De esta forma consigue aliviar el dolor. Por otro lado, estimula la vascularización, es decir, la llegada de más sangre a la zona de la lesión. En la sangre están las sustancias capaces de reparar las lesiones de nuestro cuerpo. Si la sangre llega bien a una zona del cuerpo, se recuperará antes y mejor.
Dicho lo anterior parecería que habría que ponerse calor siempre ante una lesión de espalda pero no es así. La excepción más clara es la inflamación aguda. Si nos hacemos daño de forma brusca al realizar un esfuerzo, tenemos lo que llamamos un dolor agudo. Este tipo de procesos inflamatorios son muy floridos los primeros 2-3 días. El calor aplicado sobre un proceso inflamatorio hace que se inflame más y que aumente el dolor.
Resumiendo, si nos hacemos daño en la espalda, el calor se va a tolerar mal los primeros 2-3 días y no debemos usarlo. Después puede ser beneficioso y aliviar el dolor. Este sería el concepto pero no siempre es matemático, por lo que hay que aplicar el sentido común. Si nos ponemos calor y nos alivia, adelante. Si, por el contrario, el calor nos está aumentando el dolor, debemos retirarlo.
En el ejemplo que hemos dado hablamos de dolores agudos. ¿Qué pasa con los dolores crónicos? Los dolores crónicos son aquellos que se mantienen durante meses con un dolor que va y viene. En las dolencias crónicas de espalda es menos predecible si nos aliviará el calor o el frío. Dicho esto, se suele tolerar mejor el calor y habitualmente será lo que nos aliviará. Al no ser predecible tenemos que probarlo y usarlo o no en función de nuestras sensaciones.
El frío en la espalda y el cuello
El frío tiene la capacidad de disminuir la inflamación y el dolor. Si nos hacemos un esguince de tobillo, por ejemplo, los primeros días tendremos mucha inflamación y el médico nos recomendará ponernos frío. Los primeros días el proceso inflamatorio es florido y el hielo sería lo más adecuado para aliviarlo. Vamos a ver que pasa en la espalda.
Cuando yo hice la especialidad, una de las cosas que se repetía mucho era que “en la espalda y en el cuello sólo se debe utilizar calor”. ¿Por qué me decían esto? En la espalda y en el cuello lo más frecuente es el dolor provocado por contracturas musculares debido a sobrecarga o como respuesta al desgaste de las articulaciones. Si aplicamos frío, en estos casos, aumenta la contractura y el espasmo del músculo, empeorando el dolor.
Sólo en pocas ocasiones habrá una herida en el músculo en forma de rotura fibrilar o una lesión articular aguda. Estas dos situaciones se podrían beneficiar de la aplicación de frío pero lo habitual no es esto. Por todo esto, en general nos sentará mejor el calor aunque hay algunas situaciones en las que podría producir alivio el frío. Como hemos comentado antes lo mejor es probarlo y, si no nos sienta bien, retirarlo.
Precauciones con el frío y el calor
La aplicación tanto de frío como de calor puede producir quemaduras. Para que esto no ocurra hay que utilizar una barrera entre la fuente de frío y calor y nuestra piel. Cómo mínimo debemos usar un trapo entre medias. Por otro lado, hay que controlar el tiempo de aplicación. Con cierta frecuencia me encuentro con quemaduras de personas que se han quedado dormidas con la manta eléctrica, mucho cuidado con esto. El frío acaba teniendo un efecto anestésico y podemos no darnos cuenta de que nos está quemando. Hay que retirarlo a ratos para evitar lesiones.