
El cerebro tiene un poder inmenso para definir en qué se convierten nuestras vidas. Lo habitual es desaprovechar esta capacidad dándole las órdenes equivocadas. De alguna manera nuestro cerebro es como una computadora compleja que soluciona problemas, pero necesita que se le planteen de forma correcta.
Vamos a poner ejemplos para entenderlo. Si no encuentro mi camiseta favorita y me pregunto a mi mismo “¿dónde la he dejado?…¿dónde la he dejado?”. Este mensaje llega a nuestro cerebro y el subconsciente se pone a repasar todos los datos de los que dispone para averiguarlo. De repente nos despertamos por la mañana y “ajá, ya me acuerdo!”. Seguro que alguna sensación parecida habéis tenido. Es un ejemplo tonto de cómo nuestro cerebro trabaja a nuestro servicio.
Lo normal, lamentablemente, es que no le hagamos las preguntas correctas. Hay muchos ejemplos de las palabras que utilizamos incorrectamente pero me voy a centrar en las más importantes cuando queremos cambiar para mejorar nuestra vida. Estoy hablando de los propósitos que nos hacemos como ir al gimnasio, comer menos bollería o dormir más horas.
¿Qué nos decimos cuando queremos hacer más ejercicio del que hacemos? Si lo pensamos por un momento, suele ser así: “debería ir más al gimnasio”, “tengo que ir al gimnasio”. ¿Qué tal le suena esto al cerebro? Os lo digo yo, muy mal. El cerebro siente una presión externa para hacer algo que no está en su rutina. No hay un plan, solo una voz vacía de significado que procede del exterior para obligarnos a algo. Estas palabras rara vez consiguen resultados y generan estrés.
Entonces, ¿cuál es la palabra correcta? Prueba a decir: “Quiero ir al gimnasio tres veces por semana”. No tengas miedo, dilo en alto. Nuestro cerebro escucha todo lo que le decimos y si es en alto o lo escribimos nos escucha mucho mejor. ¿A que la sensación es completamente diferente? El cerebro se alimenta de nuestros deseos y nuestras pulsiones. Si le decimos que es una cosa que queremos y le concretamos el cómo, hará lo posible por colaborar en conseguirlo. Pasará a la lista de las prioridades y tendrá una oportunidad de entrar en nuestra rutina.
El estrés que nos generamos con las palabras incorrectas empeora nuestro dolor de espalda y, lo que es peor, no nos ayuda a poner en marcha las propuestas que mejoren nuestra vida. Cuidado con lo que decimos que nos estamos escuchando.