
Voy a contar dos pequeñas historias de por qué debemos hacer algo diferente.
Hay un momento en la vida donde este post no tiene nada que enseñar, cuando somos niños. Los primeros años de vida mostramos entusiasmo por todo. Estamos hambrientos por aprender, imitamos a los que nos rodean, queremos ser capaces de hacer aquello que vemos en los mayores, no dormimos de la ilusión cuando nos espera un viaje o un día especial en el que vamos a hacer algo diferente.
Con los años, por el motivo que sea, se pierde esa energía y esa ilusión por hacer las cosas. Generamos una rutina en nuestra vida y la llevamos hasta la tumba. Para el que tenga un trabajo con jornada de lunes a viernes, la rutina está clara. Trabajamos día tras día sin mucho tiempo para pensar, seguimos el camino marcado sin más. Después llega el fin de semana y enseguida ya está todo programado. Para el que tenga hijos tenemos la clase de tenis del niño el sábado y la visita a los abuelos (por poner un ejemplo). Así pasan las semanas en las que contamos los días para tener unas vacaciones. Cuando por fin llegan las vacaciones, nos vamos al sitio de siempre a descansar y ver a la gente que toca ver en verano. Llevando una vida así el tiempo nos controla por completo.
El cerebro se apaga cuando realiza tareas que ya tiene conocidas y asumidas, pasan a ser automáticas y las realiza nuestro subconsciente. Cuando vamos al trabajo en coche por el mismo camino de siempre, puedes ir pensando en otra cosa y llegar a tu destino sin recordar una sola curva de las que has dado. Tu subconsciente se la sabe de memoria, no necesita de tu atención. El cerebro es “vago” por naturaleza, siempre tiene el modo de ahorro de energía, por eso hay que darle cosas nuevas para que se despierte.
¿Qué podemos hacer? Hacer cosas diferentes. Cuando hacemos algo diferente nos convertimos en dueños del tiempo, de repente tenemos sensación de que han pasado muchas cosas en poco tiempo. Un ejemplo sería cuando vamos a un sitio nuevo donde estamos realizando actividades que estimulan nuestros sentidos y después de dos días tenemos la sensación de que llevamos mucho tiempo allí. Esa sensación de “he desconectado” que decimos.
El tiempo pasa irremediablemente para todos pero la percepción del tiempo es otra cosa. Todos recordamos cómo de niño una semana podía ser eterna y de mayores en Septiembre estamos pensando que no queda nada para las navidades. Se han dado muchas explicaciones a esto y es cierto que ocurre así pero lo interesante es cómo podemos mejorar esto. Hacer algo diferente estimula nuestro cerebro, nos abre a conocer cosas nuevas que pueden a su vez abrir nuevas puertas. Notaremos cómo controlamos el tiempo y que nuestra vida está llena de experiencias.
El lado opuesto a todo esto es una enfermedad llamada depresión. Nos encerramos en una espiral de apatía y nada de ganas de hacer cosas que se salgan de lo imprescindible y conocido. ¿Cómo se sale de esto? La solución es hacer cosas nuevas aunque no nos apetezca. Según hacemos esto se van abriendo poco a poco las puertas que estaban cerradas.
El segundo enfoque que quiero dar está en el destino hacia el que nos dirigimos. Si nuestros hábitos de vida nos están llevando a un resultado que no nos gusta, ¿qué podemos hacer? La mayor parte de las personas se quejarán mucho para después continuar haciendo lo mismo. Si nos gustaría conocer a la vecina de enfrente pero todas las mañanas cuando nos encontramos en el ascensor decimos hola y nos ponemos a mirar el móvil, no ocurre nada. Si queremos conocer Australia pero vamos a esperar a que pase un poco la crisis, a ver si me ascienden y puedo ganar más y demás hábitos evasivos, no conoceremos este país. Si estás engordando cada día más pero es que tienes mucho estrés y muchas comidas de trabajo y no tienes tiempo para hacer ejercicio, el final ya lo sabemos. Lo fácil es dejarnos llevar y si no se puede, pues no se puede. Quiero dejar claro que eso es una decisión más o menos consciente pero una decisión. Cambiar el destino hacia el que nos dirigimos es sencillo aunque no nos resulte fácil. Debemos hacer algo diferente. ¿Queremos que pase la vida sin haber conocido a la vecina, sin haber estado en Australia y morir prematuramente de un infarto en el corazón? No lo creo, piénsalo.
Francisco says
La verdad es que este post te hace reflexionar sobre todo cuando uno ya está casi en la mitad de la decada de los cincuenta. Sin duda la rutina mata en todos los aspectos, nuestra vida personal, matrimonio, familia. Al final parecemos robot, y todo está concidionado a seguir la rutina diaria, cuidar de los hijos, darle una educación adecuada para que el dia de mañana se hagan personas de provecho y puedan tener un futuro digno.
Pero tambien en la vida a veces es necesario tener un poco de suerte , sobre todo en lo que a la salud se refiere que sin duda para mi es la prieda angular funsamental del bienestar mental. Sin duda hacer cosas diferentes es fundamental, lo que ocurre que si una esta limitado por cuestiones de movilidad, pues te deprimes pues tienes ganas de realizar un viaje y ver cosas diferentes pero no sabes si tu espalda te permitira disfrutar y en cualquier momento te dejara colgado.
En fin pero si es fundamental hacer cosas diferentes y no caer en la rutina .
Un abrazo
Dr. Serrano Sáenz de Tejada says
Hola Francisco, tienes razón en que los problemas de salud suponen la barrera más grande para hacer lo que queramos. puede limitar muchas de las opciones. Es mucho más difícil encontrar las energías para salir de nuestro confort cuando tenemos un problema importante de salud. También es verdad que la educación que heredamos nos ha puesto barreras a veces más difíciles de superar. Por ejemplo a un señor en silla de ruedas lo llamamos minusválido, en vez de destacar las capacidades de esa persona y todas las cosas que puede hacer. A veces marcamos un patrón de normalidad y obligamos a todos a sentirse mal si no están así. La domesticación y la estructura de la sociedad actual están bien para mantener el equilibrio pero no nos enseñan a tener una vida plena. Gracias por tus siempre interesantes aportaciones. Un saludo