
La mayoría de las personas vivimos nuestro día a día de forma automática, arrastrados por la rutina sin apenas tiempo para poder planificar si queremos llevar otro camino o hacer cosas diferentes con nuestras vidas. Cuando nos proponemos algo como adelgazar, comer mejor, buscar otro trabajo, hacer más ejercicio o dormir más horas, no conseguimos cambiar nada. Normalmente nos repetimos una y otra vez “tengo que”, “debería …” y nunca ocurre nada. Si nos preguntan por qué no hacemos nada, sale un “no tengo la motivación todavía”, “me falta tiempo”.
¿Te suena esto? ¿Es posible cambiar sin arrastrar esta carga? Este tipo de propuestas que nos hacemos se convierten en una carga porque nos ponemos el peso del “tengo que”. No es una buena manera de conseguir motivación. Si no hacemos nada pero todo el día nos estamos repitiendo que deberíamos hacerlo como una obligación, no hacemos más que aumentar nuestro nivel de estrés de forma gratuita, sin conseguir nada a cambio.
Vamos a analizar qué es lo necesario para sentir la motivación suficiente para cambiar.
1 – Querer. El cerebro se siente a gusto y feliz cuando persigue y consigue sus deseos. Nuestro cerebro se alimenta de los deseos y todo lo que conseguimos en la vida nace en forma de un deseo. Debemos eliminar para siempre de nuestras vidas el “tengo que”, “debería …”, etc. Para toda acción hay una manera más sana de hablarnos. Si no me apetece ir a trabajar un día, puedo gruñir y decir “tengo que ir a trabajar” o puedo decir “quiero ganar un sueldo a fin de mes para tal o cual”. La palabra «quiero» es mucho mejor activador de nuestra motivación. Podéis leer más en el post del enlace en el que trato este tema. Si deseamos algo en nuestra vida hay que empezar por decir en alto “quiero adelgazar”, “quiero hacer ejercicio”, etc.
2 – Hacernos responsables. Si nos hacemos responsables de todo lo que ocurre a nuestro alrededor nos hacemos dueños de nuestro destino. La mayoría se pasa la vida echando la culpa a factores externos de aquello que le ocurre. La sociedad tristemente nos invita constantemente a ello. Vamos a poner un ejemplo. Voy andando por la calle y me choco contra un peatón despistado que va mirando el móvil y me caigo en un charco formado porque hay un agujero en la acera. Nuestra reacción es bastante previsible, nos enfadaremos con el señor del móvil y le recriminaremos su actitud que ha provocado que nos caigamos. Nos desahogaremos recriminando tal irresponsable actuación del señor para acto seguido reclamar al ayuntamiento los costes de reparación de nuestro traje dañado por el agua debido al estado de la acera. Nos suena muy lógico ¿verdad? Esta manera de ver la vida es muy pobre y le dice a nuestro cerebro que no podemos controlar nada, todo es culpa de los demás que no saben hacer las cosas bien. Esta actitud es poco motivante. Es mucho más sano decirnos cosas como “salir a la calle tiene un riesgo”; “yo he decidido salir a la calle, nadie me ha obligado”; “despistarse mirando el móvil cuando caminas por la calle le pasa a todo el mundo, no es un acto de terrorismo”. En este momento te vuelves dueño de tu destino. Es impresionante el poder que tiene este cambio de actitud ante la vida. Se abre un mundo de posibilidades. Hay que tener en cuenta que estoy hablando de lo que haces con tu cerebro, no de tu derecho o no a una indemnización. Si queréis leer más, dejo enlace al post en el que hablo sobre hacernos responsables.
3 – Actuar. Cuando no vemos las cosas claras o nos sentimos bajos de energía, existe una manera de conseguir la motivación necesaria, simplemente actuar. Si comenzamos a movernos en la dirección que queremos aunque no estemos con mucha motivación, sin darnos cuenta estamos abriendo la puerta a otros estímulos que nos ayudarán a ver el sentido a todo.
En resumen, si nos hacemos responsables del mundo que nos rodea nos daremos cuenta que la vida será lo que nosotros queramos que sea. Sólo hace falta desearlo y actuar. En un próximo post os contaré la mejor manera para conseguir actuar y avanzar en nuestros objetivos.